Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

PRESENTACIÓN

Rutas Simbólicas. Viajes por la Historia y la Geografía, nace como un proyecto largamente madurado y al calor de las conversaciones que al respecto hemos mantenido durante los últimos años con Federico González Frías, nuestro guía intelectual; y nace justamente con la voluntad de dar a conocer también una visión de la realidad histórica de España insertada dentro de la Historia Universal, y... (sigue lectura en nuestra PRESENTACIÓN)


lunes, 12 de febrero de 2018

El Inca Garcilaso de la Vega. Cronista de la Tradición Incaica y Hombre del Renacimiento (1 Parte)

Inca Garcilaso de la Vega

No creemos que sea mera coincidencia que en torno al día 23 de Abril de 1616, hace exactamente 400 años, dejaran este mundo tres de los más insignes representantes de la literatura universal: William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega. Como hubiera dicho el propio Shakespeare en una de sus obras, algo querrán decirnos con esto los hados que rigen los destinos de los hombres, y tal vez alguna conclusión sacaremos al respecto a lo largo de nuestro discurso, que pretende ser una aproximación a la figura del Inca Garcilaso de la Vega, considerándolo como el primer cronista que supo transmitir a la cultura europea lo que en realidad fue la tradición incaica, una de las grandes civilizaciones de la Historia. Asimismo, queremos dejar constancia de su dimensión como humanista perteneciente a la corriente neoplatónica del Renacimiento. 

El Inca Garcilaso nace el 12 Abril de 1539 en el Cuzco, la capital del Imperio Inca. Era hijo de la princesa indígena Isabel Chimpu Ocllo, sobrina del Inca Huayna Cápac y nieta del antepenúltimo Inca Túpac Yupanqui. 

Su padre fue el capitán extremeño Sebastián Garcilaso de la Vega Vargas, el cual descendía de una prestigiosa familia de la nobleza extremeña, los Suárez de Figueroa, quienes fueron titulares del Ducado de Feria, uno de los más importantes de España. De hecho, y por voluntad expresa de su padre, nuestro protagonista fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa y Vargas y sólo más tarde, estando ya en España, el propio Inca se lo cambiaría por el de Garcilaso de la Vega, que era también el del famoso poeta del mismo nombre, su tío abuelo el toledano Garcilaso de la Vega. Precisamente, en su línea genealógica paterna encontramos personajes tan relevantes como el Marqués de Santillana y Jorge Manrique (autor de las famosísimas “Cartas a la muerte de su padre”), o bien Fernán Pérez de Guzmán y Garci Sánchez de Badajoz, por nombrar sólo a unos cuantos, pero muy representativos, de su poblada familia española.

La princesa Isabel Chimpu Ocllo, madre del Inca Garcilaso

A la edad de 21 años el Inca Garcilaso llega a España procedente de su Cuzco natal, instalándose poco tiempo después en Montilla acogido por su tío paterno Alonso de Vargas, quien lo introducirá en los círculos intelectuales de Sevilla y sobre todo de Córdoba donde se encontrará rodeado de historiadores, arqueólogos, anticuarios y hebraístas, así como de teólogos vinculados muchos de ellos a la Compañía de Jesús, que en aquella época, en pleno Renacimiento, estaba muy abierta a las ideas herméticas y neoplatónicas. Merecen destacarse a los historiadores Ambrosio de Morales y Bernardo de Alderete, o a Francisco de Castro y a Juan de Pineda, al hebraísta Jerónimo de Prado (de quien recibirá consejos en su traducción de Los Diálogos de Amor de León Hebreo) y a Francisco Fernández de Córdoba, emparentado con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.

Al igual que Shakespeare y Cervantes, el Inca Garcilaso no fue ajeno al espíritu del Renacimiento, una época de grandes contrastes, como son todas aquellas que traen consigo un cambio de ciclo histórico. Pero un cambio que en este caso aún no se había consumado, pues todavía permanecían las estructuras culturales de la Edad Media, aunque en contrapartida ya se habían incubado las ideas que traerán el tiempo por venir, cuyo desarrollo dará lugar al mundo moderno y a la idea del “progreso indefinido”. Los motores principales de ese cambio serán la “revolución científica”, con Copérnico a la cabeza, y el desarrollo de ciertas ideas en franca decadencia de la filosofía escolástica que hacia la mitad del siglo XVII alumbrarán el “racionalismo” de Descartes, cuando aquellos vientos renovadores que trajeron el Renacimiento ya habían dejado de soplar.

Pero si algo distingue al periodo renacentista es el regreso de la tradición greco-romana. En efecto, el Renacimiento no sólo recibirá lo que todavía seguía estando vivo del arte y del pensamiento medieval, sino que él se distinguirá por la recuperación de la Cultura clásica, cuyas ideas volverán a brillar con fuerza durante el primer Renacimiento (el Quattrocento), recogiendo así una tendencia que ya estaba en la obra de los “Fieles de Amor”, corriente del Hermetismo cristiano que existió en Italia y otros lugares de Europa entre los siglos XIII y XIV, y a la que pertenecieron, entre otros, Guido Cavalcanti, Dante, Boccaccio y Petrarca. 
Ellos fueron precursores de ese humanismo renacentista de raigambre hermética y neoplatónica que comprendió la importancia que el legado de la Antigüedad tenía como una fuente de renovación de las ideas y por consiguiente de las mentalidades. Para los hombres y mujeres del Quattrocento (imbuidos de una concepción cíclica del tiempo en conformidad con todas las civilizaciones tradicionales) el progreso se entendía como una vuelta a los valores de la Antigüedad. No consideraban a ésta algo fenecido y superado por la Historia, sino que por el contrario veían en ella un modelo donde poder alimentar su genio creativo, abriendo así nuevas perspectivas y renovando la herencia recibida de su propia Tradición cultural. 
El Inca Garcilaso nace el 12 Abril de 1539 en el Cuzco, la capital del Imperio Inca. Era hijo de la princesa indígena Isabel Chimpu Ocllo, sobrina del Inca Huayna Cápac y nieta del antepenúltimo Inca Túpac Yupanqui.

Su padre fue el capitán extremeño Sebastián Garcilaso de la Vega Vargas, el cual descendía de una prestigiosa familia de la nobleza extremeña, los Suárez de Figueroa, quienes fueron titulares del Ducado de Feria, uno de los más importantes de España. De hecho, y por voluntad expresa de su padre, nuestro protagonista fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa y Vargas y sólo más tarde, estando ya en España, el propio Inca se lo cambiaría por el de Garcilaso de la Vega, que era también el del famoso poeta del mismo nombre, su tío abuelo el toledano Garcilaso de la Vega. Precisamente, en su línea genealógica paterna encontramos personajes tan relevantes como el Marqués de Santillana y Jorge Manrique (autor de las famosísimas “Cartas a la muerte de su padre”), o bien Fernán Pérez de Guzmán y Garci Sánchez de Badajoz, por nombrar sólo a unos cuantos, pero muy representativos, de su poblada familia española.

A la edad de 21 años el Inca Garcilaso llega a España procedente de su Cuzco natal, instalándose poco tiempo después en Montilla acogido por su tío paterno Alonso de Vargas, quien lo introducirá en los círculos intelectuales de Sevilla y sobre todo de Córdoba donde se encontrará rodeado de historiadores, arqueólogos, anticuarios y hebraístas, así como de teólogos vinculados muchos de ellos a la Compañía de Jesús, que en aquella época, en pleno Renacimiento, estaba muy abierta a las ideas herméticas y neoplatónicas. Merecen destacarse a los historiadores Ambrosio de Morales y Bernardo de Alderete, o a Francisco de Castro y a Juan de Pineda, al hebraísta Jerónimo de Prado (de quien recibirá consejos en su traducción de Los Diálogos de Amor de León Hebreo) y a Francisco Fernández de Córdoba, emparentado con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.

Al igual que Shakespeare y Cervantes, el Inca Garcilaso no fue ajeno al espíritu del Renacimiento, una época de grandes contrastes, como son todas aquellas que traen consigo un cambio de ciclo histórico. Pero un cambio que en este caso aún no se había consumado, pues todavía permanecían las estructuras culturales de la Edad Media, aunque en contrapartida ya se habían incubado las ideas que traerán el tiempo por venir, cuyo desarrollo dará lugar al mundo moderno y a la idea del “progreso indefinido”. Los motores principales de ese cambio serán la “revolución científica”, con Copérnico a la cabeza, y el desarrollo de ciertas ideas en franca decadencia de la filosofía escolástica que hacia la mitad del siglo XVII alumbrarán el “racionalismo” de Descartes, cuando aquellos vientos renovadores que trajeron el Renacimiento ya habían dejado de soplar.

Pero si algo distingue al periodo renacentista es el regreso de la tradición greco-romana. En efecto, el Renacimiento no sólo recibirá lo que todavía seguía estando vivo del arte y del pensamiento medieval, sino que él se distinguirá por la recuperación de la Cultura clásica, cuyas ideas volverán a brillar con fuerza durante el primer Renacimiento (el Quattrocento), recogiendo así una tendencia que ya estaba en la obra de los “Fieles de Amor”, corriente del Hermetismo cristiano que existió en Italia y otros lugares de Europa entre los siglos XIII y XIV, y a la que pertenecieron, entre otros, Guido Cavalcanti, Dante, Boccaccio y Petrarca. Ellos fueron precursores de ese humanismo renacentista de raigambre hermética y neoplatónica que comprendió la importancia que el legado de la Antigüedad tenía como una fuente de renovación de las ideas y por consiguiente de las mentalidades. Para los hombres y mujeres del Quattrocento (imbuidos de una concepción cíclica del tiempo en conformidad con todas las civilizaciones tradicionales) el progreso se entendía como una vuelta a los valores de la Antigüedad. No consideraban a ésta algo fenecido y superado por la Historia, sino que por el contrario veían en ella un modelo donde poder alimentar su genio creativo, abriendo así nuevas perspectivas y renovando la herencia recibida de su propia Tradición cultural.

En el caso del Inca Garcilaso, el interés por la Antigüedad Clásica es el mismo que siente hacia la Tradición de sus antepasados incaicos, cuya memoria reivindicará en las tres obras que nos legó: La Florida del Inca: historia del adelantado Hernando de SotoLos Comentarios Reales de los Incas, y La Conquista del Perú, este último título dedicado a su padre. También escribió Relación de la Descendencia del famoso Garci Pérez de Vargas, un antepasado suyo del siglo XIII que estuvo en las campañas por la reconquista de Andalucía junto a Fernando III el Santo y su hijo Alfonso X el Sabio, y al que hemos de añadir a la lista de sus familiares españoles ilustres.1




Como estamos viendo, el Inca Garcilaso perteneció tanto a la nobleza incaica como a la española, y esta doble condición marcaría sin duda alguna su destino, que según nuestro criterio fue el de haber tomado clara conciencia de lo que significa ser heredero de una cadena humana que tuvo entre sus eslabones a verdaderos “padres de la patria”, según el concepto romano de esta expresión, es decir los fundadores, conservadores y transmisores de una cultura y una civilización, tanto por parte americana como española. En definitiva, comprendió que tenía una misión en la vida por encima de todo lo demás, sabiendo de las circunstancias no siempre favorables que tuvo que afrontar para tamaña empresa: la de hacer de puente entre el Nuevo y el Viejo Mundo. Dos realidades histórico-geográficas y culturales que indudablemente logró conciliar en sí mismo, según veremos más adelante.

Como íbamos diciendo, la influencia de la Antigüedad Clásica en el Renacimiento se hace palpable en la arquitectura y el arte en general, pero también en el ámbito del pensamiento, que pivotará en torno a la obra de Platón y los neoplatónicos, y que tendrá en Italia, especialmente en Florencia, su principal foco de difusión, como lo tendrá también el Hermetismo gracias a las traducciones del Corpus Hermeticum llevadas a cabo por la Academia Platónica de Florencia, nacida bajo el mecenazgo de Cosme de Medici y dirigida por Marsilio Ficino, pues fue él quien gracias a sus traducciones y comentarios tejió esa íntima conexión entre Platón, Hermes Trismegisto y el Cristianismo. Ficino, y otros miembros de la Academia florentina, era uno de los autores que nuestro Inca tenía en su biblioteca junto a los ya nombrados Dante, Boccaccio y Petrarca, y en la que abundaban obras de Filosofía, Literatura y Arte de todos los tiempos. El Inca Garcilaso fue un gran bibliófilo, y llegó a conformar una auténtica biblioteca renacentista de varios cientos de ejemplares, que para la época era un volumen importante, y donde estaban representadas todas las ramas del saber.


La biblioteca de la Casa del Inca Garcilaso. Montilla, Córdoba
Se destacan también las obras sobre Historia, y así encontramos autores como Herodoto, Tucídides, Polibio, Suetonio, Tito Livio, Plutarco, e incluso a Julio César, autor de la Guerra de las Galias y la Guerra de Hispania, sin olvidarnos de Flavio Josefo, etc. El Inca Garcilaso tenía un verdadero interés por la Historia, hasta el punto que, hablando con propiedad, su obra debe enmarcarse dentro de esta disciplina, en sentido amplio. La Historia, ligada con el Tiempo, lo está por ello mismo con la memoria, y en este sentido es un vehículo del pensamiento, constituyendo una vía legítima de Conocimiento.

El hecho de que la Historia esté presidida por una Musa, Clío, implica necesariamente la relación de aquella con las demás ciencias y artes regidas por sus otras hermanas, hijas todas de Mnemosine (la Memoria) y Zeus. Se conoce además la íntima relación de las Musas con Apolo, el dios solar y de la luz del Intelecto, y con Atenea, la diosa de la Sabiduría. Una de ellas, Urania, preside la Astronomía y en consecuencia los ritmos y ciclos cósmicos, cuyas pautas regulan el proceso y acontecer de la vida y la historia de los hombres. Otra es Calíope, la que inspira la poesía épica, es decir la narración de los hechos ejemplares y míticos llevados a cabo por los dioses y los héroes. 

Con esto queremos señalar que en la Historia (cuya memoria Clío secretamente conserva en el libro que siempre la acompaña) conviven y se entrelazan constantemente el tiempo cíclico, donde se desarrolla la existencia humana, con el tiempo mítico que viven los dioses y héroes divinizados (o en proceso de divinización), cuyas hazañas intentan imitar todos aquellos que habiendo deseado ser recibidos en el Palacio de la Sabiduría, buscan una salida a la reincidencia cíclica para penetrar en ese “otro tiempo” al encuentro con su verdadero destino, que es celeste y olímpico. Bajo esta perspectiva la Historia se hace universal y se adentra en el vasto territorio del Alma del Mundo (análoga al alma humana), que también podría llamarse el Gran Teatro del Mundo, presidido por Melpómene y Talía.


Edición francesa de Los Comentarios Reales,
o La Historia de los Incas. Reyes del Perú.
París, 1633

En cierto modo el Renacimiento es un periodo de transición, aunque por otro lado constituye un ciclo en sí mismo perfectamente definido dentro de la historia de Occidente. Pero es cierto que una de sus características es la de hacer de gozne o de intermediación entre dos épocas, la antigua y la moderna, y esto es precisamente lo que la convierte en una época singular, pues lejos de representar un periodo convulso como lo fueron otros momentos semejantes (por ejemplo, el que tuvo lugar tras la caída del Imperio romano), en el Renacimiento se produce todo lo contrario: es, como indica su nombre, un renacer de la cultura occidental, que se expresa como una especie de síntesis donde convergen las distintas corrientes de esa cultura, y no sólo la Griega y la Romana, sino también la que procede de Egipto y de la Alejandría helenística, cuna del Hermetismo, y por supuesto del Cristianismo y la Cábala, es decir la teosofía judía, que surge precisamente en el Mediodía francés y en España, donde alcanza su máximo esplendor en el siglo XIII, concretamente en las juderías de Castilla y Cataluña.

Con la expulsión de los judíos no conversos de España en 1492 también se fueron muchos cabalistas, que se dirigirán a distintos países europeos, entre ellos Italia, donde contactaron con los neoplatónicos y hermetistas cristianos, entre ellos Pico de la Mirándola (otro pilar del Renacimiento perteneciente a la Academia Platónica de Florencia), quien elaboraría la primera síntesis que daría nacimiento a la Cábala Cristiana, que no se entendería efectivamente sin el componente neoplatónico y hermético.2

Debemos tener en cuenta que el Renacimiento estuvo presidido por el espíritu de la concordia, y la convergencia cultural entre las distintas corrientes y tradiciones a la que aludimos no es sino una de las manifestaciones de ese espíritu. Retengamos esta palabra, concordia, o armonía, pues será, junto a la de utopía, una de las ideas-fuerza del Renacimiento, y con las que el Inca Garcilaso construirá no sólo su obra literaria, sino también la que iluminará sus más íntimos pensamientos y dará paz y sosiego a su alma. La búsqueda de esa armonía, de esa “unión de los contrarios” como utopía posible de ser vivida, hacen del Inca Garcilaso un genuino representante de la época renacentista, casi un símbolo de ella. Su “mestizaje” racial es también el de dos culturas: la americana y la europea, aparentemente contradictorias, pero que supo conciliar y concordar en sí mismo al comprender que no eran realidades incompatibles.

Esa comprensión es sin duda fruto de su filiación con la obra de los neoplatónicos, que llega a conocer en profundidad gracias a su traducción de los Diálogos de Amor de León Hebreo,3 que lo estimula a consultar y a proveerse de aquellos libros que recogen el pensamiento platónico y las ideas que lo expresan. De ahí que en su biblioteca se encuentren, además de los neoplatónicos, también Aristóteles (discípulo de Platón), Cicerón, Séneca, Virgilio, Ovidio, Filón de Alejandría, Flavio Josefo, el ya nombrado Fray Luis de León, Dante, Boccaccio, Petrarca, Baltasar Castiglione, Ludovico Ariosto, Francesco Guicciardini, por supuesto León Hebreo (de nombre judío Judá Abravanel) con varias ediciones de los Diálogos de Amor, etc., ocupando un lugar central las obras de Marsilio Ficino como antes hemos dicho, y por supuesto las de Pico de la Mirandola. Los Diálogos de Amor son igualmente un tratado de Hermetismo, y en ellos no está desde luego ausente el mensaje cristiano, y por supuesto la Cábala, la tradición de sus antepasados, que fue también la suya.
Edición del s. XVI de los Diálogos de Amor.

A este respecto, debemos decir que el Inca respetó mucho al pueblo hebreo y su cultura, y pensamos que no fue por casualidad que eligiera traducir estos Diálogos de Amor escritos por un judío, que además era sefardita.4 El Inca conocía la obra de varios “conversos” españoles y estaba familiarizado con las corrientes “heterodoxas” que corrían por España en esa época, o sea que era un hombre muy abierto en cuanto a recibir todo tipo de influjos que estuvieran en la senda del conocimiento de la Filosofía Perenne. Entre esos conversos cuyas obras tenía en su biblioteca señalaremos a Luis Vives y al ya citado y Fray Luis de León, a Fernando de Rojas, Antonio Montoro y Huarte de San Juan. Conocía además la Gramática Castellana de otro converso, Antonio de Nebrija, los Diarios de Cristóbal Colón y las crónicas históricas de Baltasar Morelos, Cieza de León y Pedro Mexía.5

El Inca Garcilaso, en cierto modo desarraigado de su tierra natal peruana, llegó a identificar en los Comentarios Reales su situación con la del pueblo judío, pero además tuvo acceso a las obras de dos insignes judíos de los primeros siglos de nuestra era: el neoplatónico Filón de Alejandría y Flavio Josefo, el uno conocedor en profundidad de la filosofía griega, la que concilió con el judaísmo, y el otro un judío romanizado que conocía perfectamente la historia y la antigua tradición de sus padres, como lo demuestran sus dos obras principales: Antigüedades Judaicas y Guerra de los Judíos, que también le sirvieron al Inca como modelo para los Comentarios Reales y sus otros libros.6

Resaltar asimismo, y en relación con lo que estamos tratando, que a través de Filón y del historiador Flavio Josefo, nuestro autor penetra en el mundo alejandrino y advierte la vasta obra de síntesis y de conciliación entre doctrinas aparentemente contrarias que se realizó en esa época de esplendor, y es indudable que esto lo estimula y le ayuda a comprender su propia situación existencial, y lo que es más importante para nosotros: la dimensión que podrá adquirir su labor como cronista que desea perpetuar la memoria de la Tradición incaica y de todo cuanto aconteció durante la conquista del Perú, que él recoge en la Historia de la conquista del Perú, su otro gran libro, y que en realidad era una continuación de los Comentarios Reales.

En el artículo de Carmen Durand citado anteriormente en nota, la autora recalca la influencia de los Diálogos de León Hebreo en el Inca Garcilaso, y destaca algunas analogías entre la cosmovisión de los Incas y la de los neoplatónicos que el propio Inca establece en los Comentarios Reales:

“Efectivamente varios lazos unen a los peruanos con los neoplatónicos. El corazón, sede de la fuerza vital del hombre según León [Hebreo], es también, para Garcilaso, la sede de la memoria. Manco Cápac, el primer Inca, inicia el culto solar. En los Comentarios, este monarca –que se parece como un gemelo a la alegoría de Júpiter hecha por León– ordena a sus sujetos venerar al astro en signo de gratitud por sus beneficios naturales, cuando les enviaba luz y calor… ‘El Sol y la Luna les habían enviado a los Incas dos hijos para sacarlos del salvajismo’. El amor civilizador de los Incas guía sus conquistas.

El culto solar vale a los Incas de ser integrados en la filosofía universal de León, como una variante andina, “antártica”, para emplear una palabra que le gustaba mucho al Inca. En los Diálogos, Filón explica a Sofía que la luz del sol depende de la luz del entendimiento divino y la sirve; la luna es la imagen del mundo, del cual procede. Todos los pueblos poseen una parcela de esa luz divina, de esa unidad. Garcilaso traspuso también al mundo andino la noción de ánima, otra manera de trascender los cultos telúricos y paganos. De todos modos, las huacas podían también ser interpretadas a través de las nociones neoplatónicas ya que, como lo argumenta Filón, se divinizan los elementos naturales no sólo por su grandeza sino porque cada uno de esos elementos estaba gobernado por la virtud espiritual y participaba de la divinidad intelectual."7

En verdad, y como señala Federico González (Las Utopías Renacentistas, cap. XI), los Diálogos de Amor pueden ser considerados también como una utopía, y el diálogo habido entre el Filón y la Sabiduría va trazando, como el propio Federico afirma, una arquitectura sutil que se va conformando gracias a la intervención del Eros divino como elemento aglutinador de todo lo creado.

Todo esto nos lleva a retomar de nuevo la idea de que no puede haber concordia o conciliación a los niveles a los que estamos haciendo referencia sin la fuerza del Amor, que es el que según los Comentarios Reales guiaba a los Incas en su labor civilizadora. Hesíodo habla de él como uno de los dioses más antiguos, sugiriendo así que estuvo presente en la gestación del Mundo, y por ello mismo es imprescindible su presencia en toda obra que pretende precisamente recrear la Obra original y primigenia, y la idea de civilización y su plena actualización es un ejemplo de ello.

Así ocurre también entre los seres humanos y con cada uno de nosotros en particular. Como señala Platón en El Banquete, el amor enlaza entre sí a todas las cosas del Universo, y cuando se trata del Amor intelectual, el más poderoso y desprendido de todos los amores, entonces el único interés que nos mueve bajo su influjo es la búsqueda y la unión con la Sabiduría, en el grado que esto fuere y bajo la acción que nos haya sido encomendada por la Providencia. Leemos lo siguiente en los Diálogos de Amor, transcribiendo una de las citas recogidas por Federico González de la traducción que hizo precisamente el Inca Garcilaso:

“FILÓN.- Ya es tiempo de decírtelo. Bien sabes que el mundo fue, mediante el amor, producido del sumo Criador; porque, mirando el sumo Bien la inmensa hermosura suya, y amándola, y ella a él como a sumo hermoso, produjo o engendró, a semejanza de su hermosura, al hermano universo: el fin del amor es, como dice Platón, parto en hermoso. Producido, pues, el universo del sumo Criador suyo a semejanza o a imagen de su inmensa sabiduría, nació el amor del Criador acerca de ese universo, no como de imperfecto a perfecto, sino como de perfectísimo superior a menos perfecto inferior, y como del padre al hijo y el de la causa a su efecto singular; por lo cual el fin de este amor no es alcanzar hermosura que falte al amante, ni por deleitarse en la unión del amado, sino por hacer alcanzar al amado mayor perfección, de la cual faltaría sino la adquiriese por el amor del amante y por deleitarse ese divino amante en la hermosura mayor, la cual el amado universo alcanza mediante su divino amor, como acaece en todos los amores de las causas a sus cuatro efectos, de los superiores a los inferiores, de los padres a los hijos, del maestro al discípulo y de todos los bienhechores a los que reciben sus beneficios. Que su amor de ellos es deseo que su inferior arribe al grado mayor de la perfección y hermosura en la unión, de la cual se deleita, ese amante con ese amado; y esta delectación del amante, que recibe en la perfección y hermosura del amado, es el fin del amor de ese amante”.

Francisco Ariza

Continuará


NOTAS
*
Este trabajo inauguró las Primeras Jornadas Interculturales “El camino del Inca”, que tuvieron lugar en Montemayor (Córdoba) entre los días 21 y 23 de Abril de 2016. Posteriormente, hemos ampliado ciertas ideas sobre la obra del Inca Garcilaso. Asimismo, queremos dejar constancia que la enseñanza acerca del mundo incaico que el Inca refleja en muchos pasajes de su libro no la podríamos haber advertido si nuestro conocimiento acerca de la América Precolombina no hubiera sido informado y conformado previamente por la manera en que nos lo transmitió Federico González en tantas y tantas ocasiones en que nos habló del mundo indígena, y por supuesto a través de su obra El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas, donde refleja perfectamente su pensamiento acerca de la Sabiduría y la Cosmogonía de estas tradiciones, entre las más importantes del mundo.
1
En un principio pensó incluir ese texto en La Florida del Inca, lo que finalmente no llevó a cabo.
2
Recordando nuevamente a Shakespeare y a Cervantes, ellos, al igual que el Inca Garcilaso, estuvieron influenciados por todas estas corrientes de pensamiento. En efecto, es evidente en las obras de uno y otro la presencia fecunda de la Tradición Clásica, incluyendo asimismo todo cuanto se refiere a las órdenes de caballería, sus mitos y leyendas que describen las hazañas y aventuras de los héroes y que beben por igual del Hermetismo como de las fuentes griegas y romanas, de su poética y la visión estoica y simultáneamente dionisíaca de la vida.
Por otro lado, algunos investigadores también han visto en ciertas obras de   Shakespeare la huella de la Cábala, o al menos cierta influencia, lo cual no   debe extrañarnos pues él vivió inmerso en el ambiente del Renacimiento Isabelino, que acogió en su seno las corrientes cabalístico-cristianas que llegaban del continente europeo; algunos han querido ver esa huella en el Quijote cervantino, y lo cierto es que Cervantes conoció y citó en sus obras el libro de León Hebreo. Lo que sí se sabe con certeza es que el esoterismo judío influiría en cierta medida en otros contemporáneos españoles de Shakespeare y Cervantes, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Fray Luis de León.
3
Esta traducción la termina hacia 1590, publicándose bajo el título La Traducción del Indio de los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo.
4
Era oriundo de Portugal, aunque su familia se trasladó a Castilla, donde León Hebreo llegaría a ser médico de los Reyes Católicos, antes de su expulsión que le llevaría a Italia.
5
Ver Carmen Durand: “El Mundo Andino en la primera globalización”, artículo incluido en la obra colectiva Ante el Espejo Trizado. Diálogos entre las culturas. Coloquio internacional. México, 2003.
6
Para el Inca Garcilaso existía un paralelismo entre Roma y el Cuzco: ambas fueron las precursoras y anticiparon la llegada del Cristianismo.
7
Ibíd.

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