Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

PRESENTACIÓN

Rutas Simbólicas. Viajes por la Historia y la Geografía, nace como un proyecto largamente madurado y al calor de las conversaciones que al respecto hemos mantenido durante los últimos años con Federico González Frías, nuestro guía intelectual; y nace justamente con la voluntad de dar a conocer también una visión de la realidad histórica de España insertada dentro de la Historia Universal, y... (sigue lectura en nuestra PRESENTACIÓN)


martes, 16 de diciembre de 2014

En Torno a Ulia, Julio César, La Batalla de Munda y la Bética Romana. 1



Presentamos aquí esta primera Ruta que es el fruto de un trabajo de investigación que en realidad se inició cuando en Octubre de 2011 visitamos con Federico González Frías las tierras de la Campiña cordobesa, a la que personalmente estoy ligado por vínculos familiares. La idea fue madurando a medida que ordenaba las notas recogidas durante ese viaje, nutridas también con las conversaciones mantenidas al respecto con Federico.
La presente Ruta girará en torno a dos temas principales, que iremos ofreciendo en sucesivas entregas. Por un lado nos ha interesado la historia del Ducado de Frías (fig. 1), pero centrándonos ahora especialmente en la relación que esta antigua Casa de la nobleza castellana ha tenido con el Castillo Ducal del mismo nombre situado en la villa de Montemayor.[1]

Fig. 1. Escudo de la Casa Ducal de Frías
Por otro lado, ha llamado nuestra atención el Museo Arqueológico de Ulia, situado en la misma Montemayor, el cual nos ha permitido penetrar en la historia de la Bética y sobre todo en ese período de antes de la fundación del Imperio romano donde todavía no habían desaparecido totalmente aquellas culturas y pueblos que forjaron la España Antigua.
Al hilo de esto último nos ha parecido significativo destacar también la labor que Julio César llevó a cabo buscando la integración de esos pueblos en el proyecto civilizador de Roma, y asimismo no podíamos obviar la famosa batalla de Munda, que ha pasado a los anales de Roma como un acontecimiento que cambió de algún modo el rumbo de su historia. En ella se enfrentaron los ejércitos del propio César con los de Pompeyo, y cuyo escenario estuvo muy cerca de Ulia, siendo además ésta una de las ciudades clave en el desarrollo de ese acontecimiento, inclinándose finalmente la victoria hacia el lado de Julio César.
Esta Ruta no trata pues de un tema menor, sino que viajaremos a uno de los “puntos sensibles” de la historia y la geografía de España.
Ulia era el nombre que recibió la ciudad íbero-romana que estuvo asentada en lo que hoy día es el municipio de Montemayor, y con ese nombre figura en las monedas de su ceca, la cual data del siglo II a.C. Estas monedas son ya de por sí todo un documento histórico que nos indica un período donde la cultura íbera (en este caso íbero-turdetana) convivió con la República romana, que desde finales del siglo III a.C. ya había penetrado en Hispania con motivo de la guerra contra Cartago, lo que propiciaría, tras ser derrotada esta última, la paulatina romanización de la península.
De hecho, antes de esa romanización Ulia ya era un importante oppidum, término éste que indicaba, entre los pueblos prerromanos, un lugar urbano elevado y por lo general fortificado. Precisamente el término turdetano Ulia significa “monte”, lo cual no es contradictorio con el hecho de que algunos la hagan derivar de un rey turdetano llamado Ulo, en el sentido de que en la concepción de las sociedades arcaicas y tradicionales los reyes y jefes eran identificados con la idea misma de eje y de estabilidad, conceptos ambos que podemos atribuir también al monte, o la montaña, o incluso a la pirámide y a los túmulos funerarios en general. En el anverso de muchas de esas monedas aparece con frecuencia el busto de una divinidad de la tierra (frente a la cual hay una espiga de trigo y un creciente lunar que parece contener a la figura), análoga a la Ceres romana o a la Deméter griega, y en su reverso la palabra Ulia (fig. 2), enmarcada por ramas de olivo, o de vid, frutos que, junto con el trigo, dan su fisonomía y carácter a estas tierras, famosas desde antiguo por su fecundidad.
Sabemos pues por las monedas de Ulia, que sus campos sobresalían desde lo antiguo en cosechas de aceite, trigo, y acaso palmas, según los símbolos con que se mostraba agradecida a sus Dioses, Sol, y Luna, de quienes juzgaban proceder la salud, y fertilidad del territorio. (Enrique Flórez: Medallas de las colonias, municipios y pueblos antiguos de España. Parte 2. Madrid, 1758).

Fig. 2. As de Ulia.
Estas monedas guardan estrecha relación, en cuanto a su contenido, con las que fueron acuñadas en Obulco (Porcuna, Jaén, fig. 3), en Carmo (Carmona, Sevilla, fig. 4), y en Cárbula (Almodóvar del Río, Córdoba). Es decir en una región de similares características geográficas y con la que estaban en armonías determinadas divinidades telúricas y astrales presentes en ella, conformando su geografía sutil, el paisaje de su alma. El olivo, el trigo y la vid son frutos ligados con la luz y el sol, sobreabundantes en la tierra andaluza, donde el culto a Dionisos, el dios de la embriaguez y de la fecundidad, encontraba su contrapunto en el culto a Apolo,[2] el dios de la luz, el arte y la belleza, y del que han aparecido monedas con su efigie o sus símbolos característicos, tanto en Obulco como en Cárbula (fig. 5) y otros lugares de la misma geografía.


Fig. 3. As de Obulco.



Fig. 4. As de Carmo.



Fig. 5. As de Cárbula. En el anverso Apolo y en el reverso la Lira.
Todas las piezas del Museo de Ulia han sido halladas en la misma villa de Montemayor y zonas de los alrededores. En realidad, toda la campiña cordobesa (y por extensión la propia provincia de Córdoba, incluida naturalmente su capital, que lo fue también de la Bética bajo el nombre de “Corduba Colonia Patricia”) es un “semillero” de restos arqueológicos, y no sólo de la época romana sino también de todas cuanto allí florecieron, como la turdetana, o íbero-turdetana, que coexistió con las colonizaciones fenicias, púnicas y griegas, y que según las fuentes de los historiadores y geógrafos griegos y romanos (Plinio, Estrabón, Aulo Hirceo, Polibio, etc.) era heredera de la mítica civilización de Tartesos.
Tengamos en cuenta que Roma se encontró cuando llegó al sur de la península con un conjunto de ciudades y reinos que tenían un alto grado de civilización al haber pertenecido al antiguo reino de Tartesos. En efecto, la monarquía tartésica, mucho antes de la llegada a la península de fenicios, griegos, cartagineses y romanos había creado una auténtica civilización gobernada por reyes de origen divino.[3]


Fig. 6. El nombre del último rey de Tartesos, Argantonios, en una inscripción griega.
Por eso mismo no es de extrañar que en muchas de las ciudades ibero-turdetanas (como Ulia, Obulco, Carmo, Osuna, Astigui, Cástulo, etc.) la resistencia a la dominación de Roma no fuera tan grande como en otros lugares de la península, y que se aceptara rápidamente la concepción civilizadora del Imperio cuando éste comenzó a ponerse en práctica. Hablando de la monarquía tartésica y su influencia en la Turdetania, el arqueólogo e historiador catalán Juan Maluquer de Motes al final de su libro Tartessos. La Ciudad sin Historia, señala lo siguiente:
Monarquía y Estado se identifican y será necesaria toda una larga etapa de guerras para que los romanos puedan imponer su propio concepto sólo aceptado a medias, hasta que la nueva fórmula romana de Imperio vuelve a revitalizar unas concepciones ancestrales. La rápida aceptación de la fórmula imperial romana en Hispania constituye la mejor prueba del arraigo del concepto de realeza y soberanía que conservaban las poblaciones andaluzas. (…) El concepto estatal de la monarquía parece manifiestamente más fuerte en el área turdetana que en la ibérica. En esta última es muy probable que, gracias a la contaminación celtíbera, el concepto de monarquía fuera más parecido al caudillaje de tribu que a monarquía estatal. Ciertamente en esa área la evolución urbana había sido mucho más lenta y de un tipo distinto de las tierras bajas. La cultura material turdetana será el eco más puro de la civilización tartésica. Estrabón lo atestigua al considerarlos como el pueblo más culto de toda Iberia...    
Esto lo dice Estrabón en su obra Geografía (III, 1-6), el cual concluye así:
…pues no solo tienen escritura sino que, según dicen por antigua memoria, tienen libros y poemas y leyes versificadas de seis mil años.
Esta tradición recogida por el geógrafo griego (él mismo indica que esos textos tratan de “epopeyas históricas en honor de los antepasados”) es muy reveladora, pues confirmaría las conclusiones de ciertos investigadores al asegurar que Tartesos fue en realidad una colonia atlante, como varias de las que habían en distintos lugares del Occidente europeo y norte de África debido a la expansión que la civilización de la Atlántida emprendió en un momento determinado de su ciclo de existencia.[4] 
Hablar de Ulia es hacerlo también de la Bética romana. Ella llegó a ser un importante núcleo íbero-romano desde el siglo III a.C., y su territorio comprendió, entre otras, las actuales villas de Fernán-Núñez y La Rambla, ya que en ellas se han encontrado diversas inscripciones lapidarias y otros objetos arqueológicos que hacen referencia a Ulia, si bien el núcleo urbano de la ciudad ibero-romana se ubicó según todas las fuentes literarias e históricas en la actual Montemayor, que, como su nombre indica, era el monte más alto de la zona (de ahí la expresión actual de “mirador de la Campiña”) con prácticamente 400 metros de altitud sobre el nivel del mar. Que en el siglo I a. C. recibiera de Julio César el título de “municipio romano” indica que ya era un núcleo de población importante, lo que le permitiría, entre otras prerrogativas, mantener un comercio directo con Roma, la capital del Imperio.[5]
Ese privilegio fue dado debido a la fidelidad mantenida hacia Julio César por los habitantes de Ulia en la contienda que en el contexto de la segunda guerra civil éste mantuvo con el linaje de los Pompeyo (Pompeyo el Grande y sus hijos Cneo y Sexto Pompeyo), donde en realidad dos ideas de entender la civilización romana -y en consecuencia su destino- se enfrentaban entre sí.
De esa fidelidad hacia Julio César le viene el título de Ulia Fidentia (“Ulia la Fiel”) conservado siempre por Montemayor, y que se ha ido manifestando en algunos momentos de su historia posterior, como cuando durante la Reconquista fue un tiempo frontera con el reino nazarí de Granada, permaneciendo fiel a los reyes cristianos y resistiendo las embestidas y razzias de las tropas musulmanas.[6] Ulia fue adscrita por el propio César a la tribu Galeria (que era una de las 35 tribus romanas), ligada con la dinastía de los Julio-Claudios, y así aparece en la epigrafía funeraria de algunos de sus ciudadanos (figs. 7 y 8). (Continuará).

Fig. 7. “Lucio Cornelio Níger, hijo de Lucio, de la tribu Galeria, duumvir, pontífice de los cultos sagrados en el municipio, aquí yace”. “Lucio Calpurnio Danquino, hijo de Lucio, de la tribu Galeria, edil, duumvir, prefecto, aquí yace, que la tierra te sea leve”. (100 d.C.). Museo de Ulia.

Fig. 8. “Consagrado a los dioses manes Quinto Hermes, de la tribu Galeria, vivió cuarenta años, piadoso con los suyos, aquí yace, que la tierra te sea leve”. (171 d.C.). Museo de Ulia.



[1] Algunos miembros de la Casa Ducal de Frías han sido Grandes de España y recibido en diversas ocasiones el collar del Toisón de Oro. Tendremos ocasión de hablar en otras Rutas Simbólicas de esta Casa Ducal, cuyo Archivo Nobiliario, uno de los más importantes por su extensión y contenido, estuvo en las dependencias del castillo de Montemayor hasta que en 1987 pasó en su mayor parte al Archivo Histórico de la Nobleza Española en Toledo. El Archivo de Frías nos servirá también como referencia documental en nuestras investigaciones sobre la historia de España, dadas las intensas relaciones que los duques de esta Casa (y anteriormente los condestables de Castilla pertenecientes al linaje de los Fernández de Velasco) tuvieron en el acaecer y desarrollo de esa misma historia.
[2] La síntesis entre las energías representadas por estas dos deidades era uno de los logros más altos a los que aspiraban los iniciados en los Antiguos Misterios.
[3] El último de esos reyes, Argantonios (S. VII-VI a.C.), tuvo además una intensa relación comercial y cultural con los griegos focenses que establecieron distintas colonias en el territorio tartésico, cuyos límites geográficos coincidían bastante con los de la Bética romana. El nombre de Argantonios (fig. 6) hace alusión a la plata, que fue muy abundante en el sur de España.
[4] La expansión de la civilización atlante se llevó a cabo también en dirección a América, y esto es un dato significativo a retener, pues el “descubrimiento” de ésta por Cristóbal Colón supuso el “encuentro” de dos culturas, la precolombina y la hispana, que tenían a esa lejana civilización entre sus orígenes míticos. Precisamente, el nombre de la capital atlante, Tula, la podemos encontrar también en ciertos lugares de Mesoamérica, y en la raíz tl de la ciudad española de Toledo. Ver a este respecto nuestro estudio La Obra de Federico González. Simbolismo, Literatura, Metafísica, cap. II.
[5] El municipio de Ulia también estuvo gobernado por un duunviro, dos magistrados con atributos de alcalde. Asimismo tuvo pontífices y flamines encargados de los cultos sagrados, como lo atestigua el contenido de la lápida que aparece en la fig. 7.
[6] Esa fidelidad expresaba un rasgo de los primitivos pueblos hispanos (la llamada fides ibérica). Esto explicaría el hecho de que muchos generales romanos (como el propio César sin ir más lejos) tuvieran entre su guardia personal y más fiel a muchos soldados de origen íbero, aunque en realidad eran reclutados en cualquier lugar de la península, por lo que tendríamos que hablar más bien de la “fides hispánica”.

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