Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

PRESENTACIÓN

Rutas Simbólicas. Viajes por la Historia y la Geografía, nace como un proyecto largamente madurado y al calor de las conversaciones que al respecto hemos mantenido durante los últimos años con Federico González Frías, nuestro guía intelectual; y nace justamente con la voluntad de dar a conocer también una visión de la realidad histórica de España insertada dentro de la Historia Universal, y... (sigue lectura en nuestra PRESENTACIÓN)


miércoles, 8 de abril de 2015

El Castillo Ducal de Frías y el Museo Ibero-Romano de Ulia. 3.

 EL MUSEO DE ULIA

Presentamos a continuación una serie de piezas pertenecientes a la época de la Ulia ibero-romana conservadas en su Museo arqueológico, recientemente inaugurado (julio de 2013), pero cuyos fondos, en su gran mayoría, pertenecen al que fue un museo anterior sito en unas dependencias anejas a la Iglesia de Montemayor (Fig. 1), y que estuvo al cuidado de D. Pedro Moyano, el cura arqueólogo de este pueblo que dedicó gran parte de su vida a esta labor. Fue él quien personalmente nos lo mostró a Federico González y a mí en aquel Octubre de 2011 (Fig. 2).


Fig. 1. Antiguas dependencias del Museo de Ulia anejas a la Iglesia.

Fig. 2. Federico González Frías firmando en el Libro de Visitas del
 antiguo Museo de Ulia. Octubre de 2011.

Actualmente es el departamento de cultura del Ayuntamiento el que se ha hecho cargo de dicho Museo, tal y como recientemente nos explicaba el Sr. Enrique López, que muy amablemente hizo de cicerone ilustrándonos acerca de algunas de las piezas allí reunidas, una muestra que nos acerca a lo que sin duda fue el municipium de Ulia y el territorio comprendido dentro de él, donde las gens o familias romanas tenían sus espléndidas villae, las que han suministrado gran parte del material arqueológico a este museo y a otros como el de Córdoba, el de Sevilla o el propio Museo Arqueológico Nacional en Madrid. Asimismo queremos destacar la ayuda brindada por Mª Ángeles Luque, restauradora del Museo, que igualmente nos ilustró acerca de algunas de las piezas aportando parte del material gráfico que aquí presentamos.

Muchos de los cortijos de la zona se construyeron sobre esas antiguas villas romanas, razón por la cual bastante de ese material arqueológico (esculturas, columnas, capiteles, monedas, cerámicas, tumbas, ajuares, mosaicos, etc.) haya sido encontrado en excavaciones hechas en sus alrededores cuando no sus mismos límites. Es el caso del yacimiento arqueológico del Castillo de Dos Hermanas, de Cabezas del Rey, del Cañuelo, y también la Zargadilla, cerca del cortijo del Frenil, a 2 kms de Montemayor lindando con el municipio de Fernán-Núñez, al cual pertenecen otros yacimientos importantes, como el de Mudapelo, La Atalaya y Valdeconejos. De la Zargadilla han salido las piezas quizá más emblemáticas del Museo de Ulia: el erote (fig. 5), el león (fig. 6), el “sátiro de Montemayor” (fig. 7), el busto del personaje julio-claudio (fig. 8), la “Venus de Montemayor” (fig. 9), y el Baco, o Dionisos (fig. 10), el dios griego y romano del vino, del éxtasis, del teatro (fig. 11) y de los misterios ligados a la iniciación a lo sagrado. Un dios muy cercano a Hermes-Mercurio. El Museo también tiene una buena colección de monedas (sestercios y denarios fundamentalmente) encontradas en Montemayor y en otros lugares de España). Aquí presentamos tres de ellas, concretamente tres sestercios. El primero (fig. 12) representa en el anverso una barca y en la parte inferior el nombre de Roma, lo cual tiene un contenido simbólico muy importante, pues con ello se quería señalar que la misma Roma era una barca que surcaba los mares del tiempo y del espacio para llevar a todo el orbe la idea de su civilización. En las dos restantes monedas (figs. 13 y 14) aparece la imagen de Jano Bifronte, una de las deidades más antiguas de Roma, y cuyos atributos simbólicos más significativos estaban relacionados con las "puertas solsticiales" de verano y de invierno, y también con la iniciación a los misterios que esas mismas puertas estaban representando: "la vía de los hombres" y la "vía de los dioses".

Como se ha dicho al hablar de los Julio-Claudio, Ulia estuvo bajo la protección de patronos vinculados a esta familia imperial (César Augusto, Tiberio, el general Agripa y sus hijos Cayo y Lucio César, etc.), por esos estrechos e íntimos lazos contraídos con Julio César por los ulienses en la guerra contra los Pompeyo, y en este sentido la arqueología y la epigrafía nos muestra su momento de mayor esplendor en torno a los siglos I-III d.C.
A ese periodo corresponden también las inscripciones de los más importantes personajes como Lucius Caesius y Publius Aelius Fabianus Pater, fechados en el s. I d.C. Al s. II correspondería Q. Caesius Hirrus Aelius Patruinus Fabianus, que parece mostrar una unión familiar entren los Caesii, los Aelii y los Fabiani, las tres familias más importantes de la ciudad. En el s. III encontramos a Q. Fabius Fabianus Optatus, en una dedicatoria a Alejandro Severo. (Mª Luisa Cortijo Cerezo: “Fuentes escritas y arqueológicas relativas a Ulia”, en Actas de las Primeras Jornadas de la Historia de Montemayor).
Estos personajes y sus respectivas familias (algunas de origen patricio entroncado con los orígenes de la República romana, como los Fabiani, de la gens Fabia) rigieron todos los ámbitos de la vida económica, social, política y religiosa de Ulia, 
constatándose la edilidad, el duovirato, la prefectura y cargos religiosos como el pontificado y el flaminado. Estos cargos religiosos muestran la integración de la ciudad en la religiosidad romana. Aparecen testimonios indirectos que hablan del culto o, al menos, del conocimiento de ciertas divinidades adoradas en el panteón greco-romano. La figura de Isis aparece en una lucerna asociada a Anubis y Serapis. Attis ha sido constatado en una escultura de Fernán-Núñez. (Ibíd.).
Esta misma autora señala en otra obra algo que nos ha parecido interesante retener, y es el hecho de que esas lápidas dedicadas en Ulia a la dinastía Julio-Claudia (dinastía que recordemos se crea con el matrimonio de Augusto –de la gens Julia- con Livia –de la gens Claudia) guarda una cierta relación con las lápidas de Ilion (Troya):
Harmand piensa que las lápidas de Ulia, al igual que las de Ilion se hallaban íntimamente ligadas al culto imperial. De todos es conocida la estrecha relación que guardaba Ilion con la primera dinastía imperial, ya que al ser patria de Eneas, hijo de Venus, su nombre [el de la primera dinastía imperial] se ligaba al de la fundación de Roma y al origen divino del propio Julio César. (El Municipio Romano de Ulia, p. 130).
Un sutil lazo une a la legendaria Ilion con la fiel Ulia a través de Julio César y su antepasado Eneas. En relación a la lucerna donde aparecen Isis-Harpócrates-Anubis encontrada en Montemayor, hemos de decir que éste no es el único lugar donde aparece esta tríada alejandrina. Por otro lado, los lugares de culto a la diosa egipcia Isis existieron en la Península Ibérica desde el siglo I a.C., ya en plena romanización. Entre esos lugares hemos de destacar el de Igabrum (la actual Cabra) cercana a Ulia. En Igabrum también hubo un templo en honor del dios Mitra (el Mitreo), donde se celebraba la iniciación a sus misterios (sobre todo entre las legiones romanas), y del que procede uno de los conjuntos escultóricos más importantes que se pueden visitar en el Museo Arqueológico de Córdoba: el sacrificio del toro por el dios Mitra, “Mitra Tauróctonos”. Asimismo existen los vestigios de lo que fue un Mitreo en la importante villa romana de Los Álamos (Puente Genil), también cercana a Montemayor, villa a la que por la belleza y significado de sus mosaicos y estructura arquitectónica nos referiremos en otro momento.


Fig. 3. Actual Museo de Ulia.

Fig. 4. Sala Primera del Museo.

Fig. 5. Erote, o amorcillo. S. II d.C.


Fig. 6. León de la Zargadilla. S. I d.C.

Fig. 7. Venus de Montemayor. S. II d.C.

Fig. 8. Personaje de Ulia perteneciente a la dinastía de los Julio-Claudios. S. II d.C.


Fig. 9. “Sátiro de Montemayor”. S. II d.C.

Fig. 10. El dios Baco. S. II d.C.

Fig. 11. Máscara de Baco. S. I d.C.



Fig. 12. Sestercio Barca de Roma. Bronce. Siglo III a.C.

Fig. 13. Sestercio Jano Bifronte. Bronce. Siglo III a.C.

Fig. 14. Sestercio Jano Bifronte. Cobre. Siglo III a.C.


Fig. 15. Fragmento de posible inscripción funeraria romana. S. III d.C.

Fig. 16. Guerrero íbero. Bronce. 

Fig. 17. Sillar con hojas de palma. S. II d.C.

Fig. 18. Águila romana con las alas desplegadas. S. II d.C.

Fig. 19. Cabeza de caballo íbero.

Fig. 20. Torso romano. S. III d.C.

Fig. 21. Columbario con distintos objetos ibero-romanos de cerámica y vidrio.

Fig. 22. Detalle del Columbario.

Fig. 23. Maqueta de villa romana

LA LUCERNA DE ISIS-HARPÓCRATES-ANUBIS
Hacíamos alusión anteriormente a la lucerna hallada en Montemayor (fig. 24), donde aparecía la imagen de Isis con su hijo Harpócrates (“Horus el niño”) y Anubis, el dios psicopompo y “pesador de las almas”. Y mencionábamos también el culto mistérico a esta diosa existente en Igabrum (actual Cabra), muy cerca de Ulia, culto que debemos extender a distintos lugares de la Bética, como es el caso de Baelo Claudia (Cádiz), donde efectivamente existía un templo a Isis junto al de la tríada capitolina romana conformada por Júpiter-Juno-Minerva.

Recordemos que en ese momento del Imperio (siglos I-III d.C.) Roma había asimilado ya definitivamente muchas tradiciones orientales, y Alejandría era entonces el foco intelectual más importante del mundo occidental, y toda una filosofía y una gnosis sustentada en las enseñanzas de Platón, del estoicismo helenista y de Hermes Trismegisto, es decir la Tradición Hermética, era “exportada” por toda la ecúmene del Imperio, que ya no estaba ceñida a la cuenca Mediterránea y Cercano Oriente, sino que el limes romano lindaba en esos momentos con la línea del Rhin y norte de Inglaterra. La Bética, e Hispania en su totalidad, eran receptivas a ese influjo, siendo muchos los lugares donde existían templos y cultos dedicados a Isis, la “diosa de los mil nombres”, y de la que Federico González Frías nos dice en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
Isis ayudada por Thot busca los trozos [de Osiris] por todo el reino juntando los pedazos dispersos. Asistida igualmente por Anubis realiza esta operación; aunque no es capaz de encontrar el falo, comido por un pez. No obstante por medios mágicos un pájaro reanima a su esposo y la diosa queda embarazada de su hijo Horus, conformando de modo conjunto la más grande tríada egipcia. Su culto después del período ptolemaico se extendió por todo el Mediterráneo como Diosa Primordial idéntica a Deméter aunque más tarde se la confunde con Afrodita; reina con toda su carga de fecundidad que la vincula asimismo con la agricultura junto con su paredro Osiris. Patrona del hogar y madre del mundo su poder generador la ha hecho la diosa de las Tradiciones mistéricas.

Fig. 24. Lucerna encontrada en Montemayor (s. I d.C), donde aparece
Harpócrates, Isis y Anubis. Museo Arqueológico de Sevilla.

En esta Lucerna Harpócrates aparece con su dedo índice de la mano derecha en la boca[1]; Isis con la sítula (recipiente con agua bendita) en la mano derecha y en su mano izquierda el menat o sonajero, coronada con espigas o flor de loto; y Anubis con el sistro -instrumento musical que en ocasiones porta Isis y que en sí mismo es un pantáculo o “pequeño todo”- en su mano derecha y en la mano izquierda la palma, símbolo de resurrección.

Interesa destacar que junto con Osiris y Thot, Isis, Serapis (Osiris) Harpócrates y Anubis eran las deidades egipcias que habían sido adoptadas por los reyes Ptolomeos durante la época helenística para abrir un nuevo ciclo histórico y cultural que estableciera un vínculo definitivo entre la civilización griega y la egipcia, lo que en un momento dado dio lugar, con la irrupción de otras corrientes mistéricas, a la Tradición Hermética. De ahí precisamente la identificación entre Thot y Hermes. Asimismo entre Isis y Deméter, o entre Osiris y Zeus, y también con Dionisos. De esta última “fusión” (Osiris y Zeus/Dionisos) nacería Serapis, venerado tanto por griegos como por egipcios. A esa síntesis se refiere ya Plutarco cuando menciona su propósito de conciliar la sabiduría de los egipcios y la filosofía de Platón.

Fig. 25. Rito Isíaco (s. I d.C). Museo Arqueológico de Nápoles.
Presentación del canopo.

Roma, con su espíritu ecléctico, recogería esta herencia helenística hasta el fin de su civilización. Por eso existieron templos dedicados a estas deidades greco-egipcias en muchas ciudades del Imperio “conviviendo” junto a las deidades específicamente romanas como es el caso, en Hispania, de Baelo Claudia antes mencionada. Pero lo mismo podemos decir de Itálica (Santiponce, Sevilla), o de Ampurias (Gerona, en donde, junto al templo de Asclepios-Esculapio el dios de la medicina, había otro levantado a Isis y Serapis). Igualmente en Mérida, en (Elche), y también en Cartago Nova (Murcia), importante puerto comercial al igual que Ampurias y Baelo Claudia, todos los cuales mantuvieron una intensa actividad comercial con las ciudades más importantes del resto del Imperio, incluida la isla de Delos[2], un nudo de comunicaciones con todo el mundo griego y donde existía un gran templo dedicado a Isis, Serapis y Anubis, inspirado en el Serapeum de Alejandría mandado construir por Ptolomeo I Sóter[3] en el 300 a.C. Desde el Serapeum se irradiaría el culto de Isis y Serapis por todos los rincones del Imperio helenístico y posteriormente romano (fig. 25).

La Bética, y todo el Levante hispano, fueron receptivos a esa corriente sapiencial greco-egipcia representada por estas deidades. El terreno ya estaba abonado sin embargo, pues desde hacía siglos esta parte del Occidente meridional había sido permeado por civilizaciones venidas precisamente del Oriente mediterráneo, como la griega y la fenicio-púnica, y el contacto con la gran civilización egipcia ya existía en tiempos de Tartesos. De ahí también que esas deidades se hicieran realmente familiares y tutelares entre la población hispano-romana, formando  parte del larario (como es el caso seguramente de esta lucerna encontrada en Montemayor), pero sin perder nunca su trasfondo mistérico e iniciático.

EL MOSAICO ROMANO DE FERNÁN-NÚÑEZ
EL CICLO DE LOS AMORES DE JÚPITER
Un ejemplo del arte romano inspirado en las divinidades griegas nos lo ofrecen distintos hallazgos arqueológicos que se han ido produciendo a lo largo del tiempo en el municipio de Fernán-Núñez, un territorio que como antes hemos anotado estuvo integrado, o formó parte, del ager o entorno rural de Ulia, o incluso de la propia ciudad ibero-romana, como señalamos en su momento. Los restos arqueológicos, tanto íberos como romanos, localizados en Fernán-Núñez y su término municipal han sido bastantes y constantes a lo largo del tiempo, al igual que en toda la zona de la Campiña. De entre ellos merece nombrarse la estatua del dios Atti (actualmente en el Museo Arqueológico de Córdoba) y sobre todo el mosaico encontrado en el siglo XIX en el yacimiento de Valdeconejos, y del que da testimonio el escritor, arqueólogo, bibliotecario y archivero D. Narciso J. de Liñán y Heredia en su artículo “Los Mosaicos de Fernán-Núñez” (1907), donde cita los trabajos del párroco y arqueólogo de la nombrada villa D. Antonio Jurado Moreno en pos de la conservación del patrimonio arqueológico descubierto por él mismo en lo que fue una mansión romana, mosaico que data del siglo III d.C. y hoy en día desaparecido (excepto la parte del mismo correspondiente al Rapto de Europa), siendo uno de los más grandes de la Hispania romana[4].

Se refiere particularmente a los restos de lo que fue un pavimento mosaico de 8,23 x 7,46 m. (60 metros cuadrados) dividido en nueve compartimentos (figs. 26-27), y en cuyas esquinas se representaban escenas de las cuatro estaciones (lo cual es muy común en los mosaicos romanos sobre todo en la parte oriental del Imperio), pero de las que sólo quedaban dos cuando fue descubierto, las correspondientes al Otoño y el Invierno (figs. 28).

En las diferentes secciones del mosaico todavía visibles aparecían distintas escenas mitológicas referidas, o en relación, con diferentes episodios mitológicos protagonizados por Zeus-Júpiter: el Rapto de Europa, Asopo, el dios fluvial, y su hija Egina, raptada también por Júpiter metamorfoseado en águila, o en fuego según otros autores como Ovidio. Por lo visto, y aunque no figura en las fotografías hechas tras su descubrimiento, también existía una representación del rapto de Antíope (hija de Nicteo, rey de Tebas) por Júpiter, metamorfoseado en sátiro.

De hecho, el de Fernán-Núñez es uno de los ocho mosaicos con representación de dioses-río, en el que además de Asopo, aparecen Aqueloo, Nilo, Éufrates, Orontes y Píramo. Si nos fijamos bien son todos ríos que provienen de Grecia, Egipto, Asia Menor y Cercano Oriente, es decir que las historias representadas son episodios que suceden en esas regiones orientales del mundo greco-romano.

Fig. 26. Esquema del pavimento mosaico de Fernán-Núñez con sus nueve compartimentos o espacios que lo albergaron. Extraído del artículo de Narciso J. de Liñán y Heredia. 

Fig. 27. Mosaico de Fernán-Núñez. S. III d.C. 

Fig. 28. El Otoño y el Invierno. 

El mosaico de Fernán-Núñez se inscribe dentro del llamado “Ciclo de los Amores de Júpiter”, es decir de las relaciones que, como otros dioses olímpicos, el Padre del Cielo mantuvo con los diferentes aspectos de la Diosa madre personificada en multitud de entidades femeninas humanas (p.ej. con la madre de Hércules, la reina Alcmena), del mundo intermediario (las ninfas y todos sus nombres, náyades, nereidas, oceánidas) y distintas diosas, como Mnemosine (la Memoria), dando lugar a una descendencia y genealogía mítico-espiritual que comprendida en clave simbólica desvela al hombre su propio universo interior y todo cuanto él es en tanto que microcosmos que refleja enteramente al macrocosmos. O sea toda la secuencia o proceso de la fecundación del alma por el espíritu.

Hay también una Historia arquetípica en esa mitología, que es inseparable de una Geografía igualmente significativa, en la que se desarrollan las aventuras y gestas de los dioses y los héroes civilizadores. Los amores de Júpiter hacia las hijas de los reyes (o de los dioses-río, símbolos de la fecundación, como es el caso precisamente de Asopo y su hija Egina), o hacia las ninfas (seres asociados con las aguas y los bosques, y asimismo con la iniciación a lo sagrado a través de la comprensión del orden sutil del Cosmos, según enseña Porfirio en El Antro de las Ninfas) tienen evidentemente un trasfondo civilizador, como el ciclo de “los amores de Mercurio y Herse” descritos entre otros por Ovidio, el cual se hace eco también de la leyenda griega en torno al primer rey ateniense, Cécrope, padre de Herse.[5]

En esa parte del mosaico donde aparece Asopo, su hija Egina y la madre de ésta la ninfa Metope (fig. 29), el primero se muestra de espaldas, apoyado en un cántaro del que emana agua, y tiene junto a él a su hija Egina. De los amores de Zeus con Egina nace Éaco, quien fue rey de la isla del mismo nombre de su madre, Egina. A la derecha aparece la ninfa Metope, madre de Egina, reclinada sobre el cuerno de la abundancia que escancia su contenido sobre un río, fertilizándolo, y con una rama toca una roca de la que emerge un árbol. Esta escena, relatada por Apolodoro y Diodoro de Sicilia, estaría indicando el momento de hacer brotar la fuente Pirene, situada en la ciudad de Corinto, a cambio de lo cual su rey Sísifo le revelaría a Asopo el paradero de Júpiter, el raptor de su hija.[6]


Fig. 29. En el recuadro de la izquierda el dios-río Asopo y su hija Egina. A la derecha la ninfa Metope, madre de Egina en el momento de tocar la roca de la fuente Pirene.

Fig. 30. El dios Eros con rayos jupiterinos en la mano derecha.

De entre estos mitos civilizadores es precisamente el rapto de Europa por Zeus-Júpiter (fig. 31) uno de los más conocidos y representados en la musivaria romana, y en él se va intercalando la Historia y la Geografía puesto que trata nada más y nada menos que del nacimiento de Europa como un continente que recibe una luz intelectual de su Oriente Cercano, y aquí incluimos no sólo a Grecia y Fenicia, sino a Egipto y Mesopotamia fundamentalmente. ¡Ex Oriente Lux! (“del Oriente la Luz”), exclamaban los romanos a la salida del sol. Recordemos que la palabra Europa tiene un parentesco etimológico con euroeis, “sombrío”, es decir el lugar del ocaso del sol, Occidente. El Padre de los dioses rapta a Europa en Oriente y la conduce hacia Occidente, y esto tiene también una explicación de carácter cíclico que estaría relacionado con el “desplazamiento histórico de las civilizaciones”, que no es el caso desarrollar aquí sino tan sólo señalarlo. En su viaje por el mar Zeus y la princesa fenicia recalan en Creta, y allí, fruto de su amor, tienen varios hijos, entre ellos a Radamantis y Minos, ambos legendarios reyes de Creta y fundadores por tanto de la civilización minoico-cretense, una de las raíces culturales de Europa. Precisamente, un hermano de Europa, Cadmo (rey de Canaán), se dirige a la región griega de Beocia y allí funda la ciudad de Tebas, otro caso más de que en sus historias míticas el mundo griego y heleno en general, el de tierra firme y el de las islas del Egeo, reconoce que gran parte de su civilización procede del Cercano Oriente.

Esos amores y sus frutos carnales entre los dioses y las hijas de los hombres, tan presentes en los mitos de muchos pueblos de la tierra (hasta en la Biblia, Génesis 6-2), generan una estirpe de reyes y héroes que serán los encargados de llevar la civilización y la cultura allí donde éstas no existían o bien habían entrado en franco proceso de decadencia. Este es, a nuestro entender, el mensaje que subyace en estos mitos, y en el mito en general, palabra que no olvidemos está relacionada, paradójicamente, con el “misterio” y el “silencio”, y que nos explica la esencia de los acontecimientos, su sentido profundo, es decir el vínculo de éstos con las ideas arquetípicas de las que emanan, mientras que el relato histórico se encarga de describirlos simbólicamente en el devenir del tiempo. A este respecto, y junto al relato histórico y geográfico, y entretejido con él, siempre está presente la idea de que con ese mito, el rapto de Europa, se está representado simbólicamente el viaje interior del alma (ejemplificado por la princesa fenicia, identificada también con la diosa Astarté) a través de la hierogamia, o casamiento, con el Espíritu, es decir con Zeus-Júpiter.

Fig. 31. Rapto de Europa por Zeus metamorfoseado en toro, del mosaico de Fernán-Núñez.
Museo Arqueológico Nacional. Madrid.

En su Diccionario antes citado, Federico González habla precisamente de los diversos sentidos del “rapto”, y en relación con lo que estamos diciendo entresacamos los siguientes fragmentos:
Las preguntas del aprendiz al Conocimiento son múltiples, indefinidas y nos ayudan a ir descorriendo cortinas, desentrañar cosas, observar el poder de lo pequeño e ir conociendo temas que nos amplían el horizonte, que nos van despertando y aclarando nuestro camino mediante chispas, o iluminaciones en el viaje del alma. (…)
Incluso la voz rapto es usada como sinónimo de enamoramiento o pasión amorosa, por lo que puede advertirse que estos ejemplos recuerdan estados de la conciencia donde se perciben cosas que no son ordinarias y alteran el ritmo, la dinámica, el tedio de nuestros días. Y eso se debe a la ruptura de nivel que prodigan estos símbolos acerca del más allá cualquiera que sea el grado o la condición que suponen estos acercamientos a una realidad otra inscrita dentro de la vida que llevamos, o mejor padecemos. (…)
La mitología grecorromana es pródiga en raptos diversos, así el de Europa, Ganimedes y nada menos que Perséfone, e igualmente Ereshkigal en la mitología sumeria.
En las distintas epopeyas, en los mitos transmitidos por la poética evocadora de Homero (que recoge antiquísima memoria), en los Himnos Órficos, en los textos de Hesíodo, en la obra de Platón, en la de los romanos Cicerón, Virgilio, Ovidio y Séneca o bien en las crónicas de los historiadores, mitógrafos y geógrafos como Heródoto, Pausanias, Diodoro Sículo, Apolonio de Rodas, Estrabón, Apolodoro, Plutarco, Macrobio, etc., etc., todos ellos, entre muchos otros, alimentan una tradición filosófica, literaria e iconográfica que en un principio se extiende por todo el Mediterráneo y Cercano Oriente, pero que con el tiempo llega hasta el Renacimiento, propagándose por toda Europa y a partir de un momento dado por la América Latina.

El tema representado en los mosaicos de Fernán-Núñez forma parte de una iconografía simbólica que se plasma también en lucernas, pinturas, bronces, terracotas, cerámicas y monedas no sólo de la Bética (Itálica, Córdoba, Écija, Cástulo, Andújar,) y del resto de Hispania (Mérida, Menorca, Ibiza, Cartago Nova, Bilbilis, Caesaraugusta, la portuguesa Coimbra) sino de otros lugares del Imperio, y que tienen a Zeus-Júpiter como deidad olímpica principal, pero no única, pues en el caso concreto de Fernán-Núñez (al menos en lo que todavía se conservaba en el momento de su descubrimiento) también aparece, en el cuadrado central, quien posiblemente sea Helios/Zeus, o Helios/Dionisos (fig. 32) según algunos investigadores:
En el cuadrado central aparece un joven nimbado, que según D. Fernández-Galiano podría ser representación de Helios/Zeus, reflejando la teología estoica de época helenística que consideraba a Helios como el equivalente de Zeus, acompañado de dos figuras alegóricas identificadas por inscripciones en griego como el Otoño y el Invierno. La comparación con el mosaico de Palermo lleva asimismo a una identificación de Helios/Dionysos, tal como se le llama en la doctrina órfica (Macrobio, Saturnales, I 18, 18), donde ambos dioses se asimilan: “...Oh luminoso Zeus Dionysos, padre del mar, padre de la tierra, Sol creador de todas las cosas...” (Macr. Saturn. I 23, 22).[7]

Fig. 32. Parte de la escena central del mosaico de Fernán-Núñez.

Los temas de este mosaico guardarían seguramente relación con todas esas asimilaciones entre las deidades representadas en él, y que formaban parte de la filosofía estoica (tan arraigada en Hispania), ella misma heredera también del gran legado mitológico, mistérico y filosófico de la Grecia antigua. Las inscripciones en griego y no en latín revelan una influencia oriental en quienes elaboraron el mosaico de Fernán-Núñez, y según esos mismos investigadores responden a un prototipo de los años 330-320 a.C., o sea anteriores a la llegada de Roma a Hispania.

Esto nos permite entender un poco mejor el ámbito cultural de los hispano-romanos de la Bética, y en este caso concreto de los que vivían en el entorno de Ulia y en la zona de la Campiña, o sea el imaginario simbólico que les proveía una tradición, la romana, pero también la griega, es decir greco-romana en el sentido amplio del término, en la que ellos estaban plenamente integrados. (Continuará).

NOTAS
[1] Acerca de este dios dice Plutarco en Isis y Osiris: “No hay que imaginar que Harpócrates sea un dios imperfecto en estado de infancia ni grano que germina. Mejor le sienta considerarlo como aquel que rectifica y corrige las opiniones irreflexivas, imperfectas y parciales tan extendidas entre los hombres en lo que concierne a los dioses. Por eso, y como símbolo de discreción y silencio, aplica ese dios el dedo a sus labios”.

[2] Recordemos que según el mito en Delos nació Apolo y su hermana Artemisa.

[3] Sóter quiere decir “Salvador”, y esto fue en realidad este primer rey macedonio sucesor de Alejandro Magno en Egipto, un salvador de la antigua sabiduría egipcia conservando a sus deidades principales: Osiris, Isis, Horus, Anubis y Thot, realizando una síntesis con sus paredros griegos, labor que encomendó al sacerdote e historiador egipcio Manetón y el griego Timoteo, sacerdote de Eleusis.

[4] Hemos tenido noticia de este autor gracias al libro antes mencionado El Municipio Romano de Ulia, de Mª Luisa Cortijo Cerezo, donde dicha autora hace un pormenorizado estudio de la historia de la ciudad ibero-romana.

[5] Ver a este respecto el cap. XXI de Viaje Mágico-Hermético a Andros. Una Aventura Intelectual, de Mª Ángeles Díaz. Ed. Symbolos, 2014.

[6] Por ese hecho Sísifo fue condenado por Júpiter a subir perpetuamente una roca a la cima de la montaña.

[7] “El mito de Europa en los mosaicos hispano-romanos”. G. López Monteagudo y M. P. San Nicolás Pedraz.

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