Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

Rutas Simbólicas por la Historia y la Geografía de España

PRESENTACIÓN

Rutas Simbólicas. Viajes por la Historia y la Geografía, nace como un proyecto largamente madurado y al calor de las conversaciones que al respecto hemos mantenido durante los últimos años con Federico González Frías, nuestro guía intelectual; y nace justamente con la voluntad de dar a conocer también una visión de la realidad histórica de España insertada dentro de la Historia Universal, y... (sigue lectura en nuestra PRESENTACIÓN)


jueves, 15 de enero de 2015

El Castillo Ducal de Frías y el Museo Ibero-Romano de Ulia. 2.

EN TORNO A ULIA, JULIO CÉSAR, LA BATALLA DE MUNDA Y LA BÉTICA ROMANA

La fidelidad de Ulia a Julio César se prolonga a la dinastía Julio-Claudia a través de Augusto y su sucesor Tiberio, a cuyos númenes respectivos están dedicadas varias inscripciones halladas en Montemayor. Además la propia similitud fonética ente Julia y Ulia ya nos indica una cierta “predestinación” de ambas palabras a estar unidas entre sí de manera indisoluble. Pensamos que estas similitudes fonéticas entre los nombres de lugares, la toponimia, no hay que descartarlas como un elemento a tener en cuenta en el conocimiento de la Historia.
Un dato relevante para comprender ciertos acontecimientos posteriores, es que Julio César ya estuvo en la península en el 69-68 y el 61-60 a.C. ocupando distintos cargos, entre ellos el de cuestor (juez magistrado) y de pretor (o gobernador) de la Hispania Ulterior (con capital en Corduba Colonia Patricia, y que posteriormente se dividiría en las dos provincias de la  Bética y la Lusitania), permitiéndole tomar un contacto directo con el territorio y los jefes indígenas, todos ellos romanizados, como el gaditano Lucio Cornelio Balbo, del que recibió apoyo en sus empresas político-jurídicas, además de ser posteriormente su consejero en Roma, participando también junto a él en la guerra de las Galias. Según leemos en el Bellum Hispaniense César había tomado particular afecto a esta provincia de la Ulterior entre todas las demás “y que le hizo en aquel tiempo cuantos beneficios pudo”. Cornelio Balbo es un ejemplo de las amistades tejidas en Hispania a lo largo de los años por el estadista romano, lo cual estamos convencidos de que respondía a intereses que van más allá de la simple “gloria” personal para insertarse en un plan mucho más vasto relacionado con la creación de una entidad política que se había incubado en su mente y que de alguna manera Hispania le servía como campo de experimentación, si así pudiera decirse.
Precisamente fue en Gades (Cádiz) donde tuvo una “revelación” en este sentido bastante significativa (fig. 9). Cuenta Suetonio en su Vida de los doce Césares un episodio que deja entrever las profundas y secretas aspiraciones del estadista romano que repercutirían indudablemente en el destino histórico de Occidente, y que por tanto hay que inscribir dentro del simbolismo de la Historia:
Durante su cuestura, obtuvo la España Ulterior [69 a.C.], donde, al visitar las asambleas de esta provincia, para administrar justicia por delegación del pretor, llegando a Cádiz y viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de Alejandro Magno, suspiró profundamente como deplorando su inacción; y lamentando no haber realizado todavía nada grande a la edad en que Alejandro había conquistado ya el universo, dimitió inmediatamente de su cargo para regresar a Roma y esperar allí ocasión de grandes cosas. Los augures acrecentaron sus esperanzas, interpretando un sueño que había tenido la noche precedente y que turbaba su espíritu (porque había soñado que violaba a su madre), prometiéndole el imperio del mundo: porque -según ellos- aquella madre que había visto sometida a él, no era otra que la tierra, que es considerada nuestra madre común.
Fig. 9. Julio César en el Templo de Heracles (Cádiz) ante la estatua de Alejandro Magno.
Óleo de José Morillo y Ferradas, 1894.
César estuvo dos años como gobernador de la Ulterior, que ocupaba la parte sur y occidental de la península teniendo como límite el río Duero, y durante ese tiempo tuvo ocasión de recorrerla entera reorganizando parte de su territorio de acuerdo al modelo de la civitas romana. Tengamos en cuenta que en tiempos de César, Hispania ya había sido romanizada en gran parte, y se habían construido, o se empezaban a construir, algunas de las grandes vías de comunicación que acabarían articulando territorialmente la península. Hablamos, por ejemplo, de la Emerita Asturicam (la Vía de la Plata), que enlazaba Itálica con el Noroeste peninsular, o la “Vía Heraclea” (en parte empezada a construir por los griegos), que pasó a llamarse la “Vía Augusta”, la cual comunicaba Gades con Roma pasando por las principales ciudades de la Bética y el Levante hasta Tarraco (Tarragona), la capital de la provincia Citerior, entrando en Francia por Deciana (La Junquera) y conectando allí con la “vía Domitia”, que es el nombre que en la Galia recibía la “vía Augusta”.
Una de esas ciudades béticas por donde pasaba la “vía Augusta” era la ya nombrada Obulco (Porcuna), donde César asentó durante un tiempo su campamento desde el que emprendería las sucesivas operaciones militares contra Pompeyo en la campiña de Córdoba y sobre la propia capital, y que concluirían con la batalla de Munda. En efecto, fue precisamente muy cerca de Ulia, en los denominados “Llanos de Vanda” o Campus Mundensis (enmarcados entre las actuales poblaciones de Montilla (es decir la propia Munda), Montemayor, Nueva Carteya, Castro del Río y Espejo (fig. 10), donde tuvo lugar el jueves 17 de marzo del 45 a.C. la decisiva batalla de Munda. En ella, como ya dijimos, se enfrentarían las legiones de Pompeyo contra las de César, quien combatió dirigiendo sus tropas y obteniendo finalmente una difícil pero importante victoria,[1] ya que con ella se puso punto final a la segunda guerra civil propiciando así la definitiva romanización de toda la península ibérica, la cual fue culminada años después por Octavio Augusto, el primer emperador y sobrino-nieto de Julio César.
Fig. 10. Mapa extraído de “La Batalla de Munda” de Adolf Schulten, publicado en el Boletín de la Real Academia de Córdoba en 1924. Este mapa está basado en las investigaciones llevadas a cabo sobre el terreno por el coronel Stoffel en su libro Histoire de Jules César, París 1887.

Fig. 11. Montilla, la antigua ciudad de Munda, desde los Llanos de Vanda. 

Fig. 12. Espejo, la antigua Ucubi romana, desde los Llanos de Vanda.
En este punto, precisamente, debemos recoger una leyenda transmitida por diversos historiadores romanos (Suetonio, Dión Casio y Plinio el Viejo) que liga en cierto modo la batalla de Munda al destino de Julio César y su sobrino nieto. Nos estamos refiriendo a la palmera que los soldados del propio Julio César encontraron tras la batalla de Munda, y de la cual nació un vástago que en poco tiempo se hizo tan grande o más que aquella, en clara alusión al Imperio que igualmente nacería pocos años después de la batalla de Munda y como una herencia y una misión a cumplir por el futuro emperador. César mismo era esa palmera, árbol sagrado en muchas culturas, y que en Roma tenía un significado ligado con el poder, la fecundidad y el buen augurio. Plinio el Viejo habla no ya de palmeras vegetales sino de palmeras minerales, encontradas:
en los alrededores de Munda, en Hispania, donde César nombrado dictador venció a Pompeyo, se encuentran piedras en forma de ramas de palmera, que conservan esa forma por muchas veces que las rompas. (Historia Natural, XXXVI, 134). [2]
Fig. 13. “Ramas” de palmera en la piedra andalucita.
Con esa expresión, “que conservan esa forma por muchas veces que las rompas”, Plinio da a entender la perdurabilidad del Imperio, su aeternitas, encarnada en este caso en la palmera. Estos hechos legendarios, o míticos, traen de cabeza a muchos investigadores actuales todavía condicionados por ese “positivismo” decimonónico del siglo XIX, y que no acaban de entender que esos hechos, independientemente de su “veracidad histórica”, están ilustrando o expresando realidades que competen a la vida espiritual de una civilización, a las tendencias profundas que la estimulan y que conforman su fatum, su destino. El empleo de la iconografía simbólica (lo hemos visto hablando de las monedas) es esencial a este respecto, pues los símbolos son expresiones de las ideas y los arquetipos con que una cultura manifiesta su visión y su concepción del mundo, y por lo tanto la manera en que la podemos conocer en sí misma, sin “interpretarla” con nuestra mentalidad actual. Como dice Federico González Frías el estudioso de la simbólica, a diferencia del historiador de las religiones,
no toma en consideración, sino en forma secundaria, las condiciones históricas donde se produce el símbolo, destacando por el contrario valores no históricos, es decir esenciales y arquetípicos. Pero sobre todo lo que diferencia al simbólogo y al historiador de las religiones es la actitud con que enfrentan el conocimiento. Efectivamente, el simbólogo no sólo toma a los símbolos, mitos o ritos como objetos estáticos –que tienen una historia– sino también como sujetos dinámicos siempre presentes, que se están manifestando ahora. O sea, como capaces de cumplir una función mediadora entre lo que expresan en el orden sensible y la energía invisible –la idea– que los ha generado. (…) Razón por la que el simbólogo prefiere tomar al símbolo en sí –sin descuidar su contexto–, en cuanto éste no es sólo un objeto comparable a otro objeto, sino que además es considerado como sujeto de una realidad siempre existente que lo ha plasmado, a la que expresa de manera directa. La idea que manifiesta y a la vez oculta el símbolo es lo que a la Simbología le interesa. (El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas, cap. II).
Bajo esta misma perspectiva podemos hablar de la fecha en que tuvo lugar la batalla de Munda, el 17 de marzo, que era un día importante dentro del calendario romano y teniendo en cuenta lo que en ella se iba a librar estamos convencidos que no fue elegida por casualidad ni por César ni por Pompeyo. En ese día se celebraba la fiesta de las Liberalia, en honor de Líber-Pater, o Líber-Baco, el antiguo dios romano de las cosechas y del vino, y por ello mismo vinculado con Dionisos, de ahí que a esta fiesta se la comparara con las “Grandes Dionisíacas” griegas. Las Liberaria, la fiesta de la libertad, enmarcó el día en que Julio César libró su última batalla, pero asimismo fue el día que, un año después (el 44 a.C.), el destino quiso que también fuese el de sus funerales, y por consiguiente el de la liberación de sus lazos terrenales.[3] En Las Metamorfosis Ovidio canta así a Líber-Baco:
“Llega Líber y los campos se agitan con los festivos alaridos: la multitud se precipita, y las madres y nueras mezcladas con los hombres y el pueblo y los nobles son empujados a los desconocidos sacrificios”. (III, 525-530).
“…y además los múltiples nombres que tienes tu, Líber, por los pueblos griegos; pues tu juventud no se consume. Tú eres eternamente niño, tú eres contemplado como el más hermoso en el elevado cielo; cuando te yergues sin tus cuernos, tu cabeza es virginal; por ti ha sido vencido el Oriente hasta donde la India, de color alterado, es bañada por el Ganges en el confín del mundo.” (IV, 15-25).
Fig. 14. Bacchanalia, 1890. Óleo de Henryk Siemiradzki.
Tras la batalla de Munda, César estuvo todavía cinco meses más en la Bética (hasta finales de Agosto del 45 a.C.) promoviendo en su territorio el modelo de la civitas romana, sustentada en la creación de colonias y municipios a partir de poblaciones preexistentes, o bien creadas nuevas, modelo que ya había empleado en Sicilia y la Galia Narbonense.
Las gestiones llevadas a cabo por César en territorio hispano trajeron consigo la transformación total de las estructuras sociales, económicas y políticas prerromanas, y, por otra, una progresiva implantación de las estructuras romanas a todos los niveles. Fue el primero en emprender un programa político y administrativo fundamentado en la integración jurídica al tener en consideración los intereses económicos y políticos de las provincias (…) En relación con la estructura social con la que contaba la Hispania Ulterior en aquel momento, el alto grado de romanización de la zona había permitido que esta provincia contase con una estructura social muy similar a la presente en Roma aunque, eso sí, caracterizada por ciertos matices propios de la península ibérica. (Miguel Ángel Novillo López: César y Pompeyo en Hispania).
Una cuestión que nos gustaría señalar es que muchas de esas ciudades y municipios llevaban sobrenombres o epítetos relacionados con la línea genealógica, divina, mítica y humana de la gens Julia -a la que pertenecía César-, o bien con las propias divinidades del panteón romano. Es el caso de Aeneanici (Callense, Morón de la Frontera), que alude al nombre de Eneas, cuyo padre Iulio es el fundador mítico de la gens Julia; Venerea (Nabrissa, Lebrija), en alusión a Venus, diosa de donde descendían los Julia, etc. También había sobrenombres relacionados con las propias divinidades, como Júpiter: Latonium (Ossigi), en referencia a Latona, madre de Júpiter y Apolo; Marte: Martienses (Ugiense, Jerez de los Caballeros), o Martialis (Sacidi, El Carpio); Alba (Urgavo: Arjona), en alusión a Alba Longa fundada por el hijo de Eneas, Ascanio, etc., todos ellos en la Bética. Mediante estos sobrenombres había una voluntad consciente de transmitir a esos lugares, y a su territorio, la energía-fuerza del numen, o del héroe mítico inherente a la línea genealógica, en este caso la de la gens Julia. Este es un hecho que merece ser tenido en cuenta sabiendo la importancia que los antiguos romanos (como otros tantos pueblos y culturas tradicionales) otorgaban al rito de consagración del lugar mediante el influjo espiritual contenido en el nombre de la divinidad, que devenía así la divinidad tutelar o protectora de la misma.
Fig. 15. Monumento en recuerdo de Julio César en los Llanos de Vanda. 

A este respecto nosotros nos preguntamos si la denominación del epíteto Fidentia otorgado a Ulia por Julio César no estará en realidad aludiendo a Fides (“Fe”, “Lealtad”, “Confianza”), una de las entidades romanas, hija de Saturno y la Virtud, que formaba parte de ese elenco de cualidades que emanan de los distintos aspectos de las divinidades veneradas, y que ya Virgilio enumera en La Eneida, entre las cualesse encuentran la propia virtus (el coraje que viene del espíritu), la clemencia, la equidad, la dignidad, la firmeza, la justicia, la honestidad, la auctoritas, el mos maiorum (el respeto debido a la memoria de los antepasados), etc. La propia Fides, el respeto hacia la palabra dada, era una de las virtudes más alabadas entre los romanos, sustento de la República y del Estado y de las personas entre sí. [4]
La fides mostrada por los habitantes de Ulia hacia Julio César es una cuestión que ha sido considerada por diversos historiadores sin llegar determinar con claridad el motivo que hizo nacer en ellos esa lealtad. Seguramente hubo en un momento dado una alianza previa entre los ulienses y el propio general romano muy parecida a ese sacramentum fidelitatis que fue muy común en la Europa feudal, y que bajo otros nombres existió siempre en todas las sociedades antiguas entre el rey, jefe o señor y su pueblo. Estamos convencidos que fue esa fidelidad la que en realidad llevó a muchos ulienses a participar activamente junto a Julio César en la batalla de Munda, como las crónicas atestiguan.
En ocasiones el destino de los pueblos y los cambios de civilización pivotan en torno a acontecimientos muy concretos, donde concluyen, dentro de una misma civilización como es el caso, períodos históricos propiciando la apertura de otros que traen consigo nuevas ideas y perspectivas desde las que mantener viva esa misma civilización, que se renueva permanentemente al ritmo de los ciclos cósmicos, entreverados y en correspondencia con los ciclos humanos. Esto pasó con la batalla de Munda, en la campiña cordobesa. Como decimos allí se zanjó definitivamente la segunda guerra civil protagonizada por César y los Pompeyo, una guerra que tuvo varios frentes, no sólo en Hispania sino también en Italia, Grecia (la batalla de Farsalia) y Egipto, expresando a su manera la decadencia y agotamiento de la República romana como una fórmula de gobierno que duró nada menos que cinco siglos. Precisamente, fue tras la batalla de Munda, y ya prácticamente pacificadas Iberia y la Galia, cuando Julio César regresando definitivamente a Roma emprendería las reformas que llevarían años más tarde a la constitución del Imperio, ya bajo su sobrino-nieto César Augusto. (Continuará).
Fig. 16. Denario del emperador Heliogábalo en cuyo reverso aparece la diosa Fides
con la leyenda “Fides Exercitus”.


NOTAS
[1] El mismo César dejó escrito que: “En Farsalia pugnaba por la victoria, en Munda por mi vida”. En la batalla de Munda, César contó con el apoyo de dos importantes miembros de la nobleza romana de antigua raigambre, como Quinto Fabius Maximus, general de la Hispania Citerior, y de Quinto Pedio, que era sobrino del propio César, y general de la Hispania Ulterior.
[2] Esas piedras son llamadas “andalucitas”, y en algunas de ellas aparecen cruces cuyos radios tienen efectivamente la forma de ramas de palmera (fig. 13).
[3] Como sabemos Julio César fue asesinado el 15 de marzo (en los “idus de marzo”, mes consagrado al dios Marte) y sus funerales fueron dos días después, en las Liberaria del 17 de marzo.
[4] Esa fidelidad expresaba también un rasgo de los primitivos pueblos hispanos (la llamada fides ibérica). Esto explicaría el hecho de que muchos generales romanos (como el propio Julio César sin ir más lejos) tuvieran entre su guardia personal y más fiel a muchos soldados de origen íbero, aunque en realidad eran reclutados en cualquier lugar de la península, por lo que tendríamos que hablar más bien de la “fides hispánica”.